Crecían sobre los cimientos de bloques de piedra, las rígidas tinieblas preponderantes, que empezaban a enmarcar sobre techumbres su vaporoso, congelado observar y sentir...
El Sol descolló por su inexpresivo carente de calor aquella tarde sobre las ruinas negras y ropajes sucios, cuerpos muertos y cascos abollados de hierro y corazas ensangrentadas sobre la pedregosa tierra resaltada por el retemblar de la solida quintessencia derruida.
Pero aquella tarde había transcurrido hace no menos de unas horas escuetas, y El Sol ya despedía a los caídos con sus últimos rayos, sin sensación calurosa superior a la de La Luna.
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